lunes, 22 de julio de 2013

"Vive,Hiei,no eres lo suficientemente fuerte como para morir."

Hiei, niño maldito, naciste en el país de Hyôga. Tu nombre te lo puso un ladrón. Te encantaba observar la carne recién cortada antes de desangrarse y te deleitabas al oír gritos de terror. Es lógico que las mujeres de Hyôga te temieran y te arrojaran al vacío. Las comprendo demasiado bien. Te enteraste de que la perla que te legó tu madre era una piedra preciosa y te la colgaste al cuello para que los ladrones pudieran verla. Gracias a eso nunca te escaseó la sangre. Por aquel entonces te daba igual encontrar el país de Hyôga; estabas muy ocupado. Eso se convirtió en un recuerdo que te afloraba la mente al contemplar la joya. Cuando te aburriste de matar por matar, los ladrones de la zona te evitaban por temor. Y cada vez dedicabas más tiempo a contemplar la perla. Hasta que te diste cuenta de que observándola te invadía una sensación de paz.
Tu expresión se dulcificaba. Gracias a esta perla y a sus poderes pensabas en la persona que te creó a ti y a la joya. Empezaste a buscar el país de Hyôga, pero los motivos iniciales habían cambiado. Era un territorio distinto, y los enemigos también eran otros. Entre ellos, había tipos peligrosos. Y cometiste un error; perdiste la perla en combate. Ya eran dos cosas las que tenías que buscar. Necesitabas ver mucho mejor.
Implantarte el ojo maléfico implicaba soportar un dolor inaguantable y perder toda la fuerza maléfica que habías desarrollado en vida. Sin embargo, te venía bien hacerlo. No podías perdonarte a ti mismo el haber perdido la perla por un fallo tan tonto. Uno de los poderes del ojo maléfico, la clarividencia, te permitió encontrar enseguida el país de Hyôga. Volviste a tu hogar en secreto. Viste a las mujeres de hielo, que ofrecían sin excepción un aspecto lúgubre y huidizo que te quitó las ganas de matarlas. Con la desilusión se acabó la venganza. En la parte trasera del castillo yacía solitaria la tumba de tu madre: Una lápida rota sobre un simple ataúd. No te enfadaste, sino que pensaste que fue su voluntad. Por lo menos obtuviste algo de la visita: Tu hermana, de nombre Yukina, había desaparecido unos años atrás. Un objetivo conseguido, otro objetivo fijado. Vivirías así, dejándote llevar.
Superando las dificultades, llegaste al mundo humano... Y tuviste encuentros inesperados. Te enfrentaste a humanos extraños... Y poco a poco fuiste cambiando. Encontraste a tu hermana, pero no te reconoció y tampoco se lo dijiste. Decidiste que estaba bien así. Sólo te quedaba encontrar la perla helada. La lucha en el mundo humano empezaba a cansarte. Sin embargo... [Yukina: Si te encuentras con mi hermano, dale esto.] "Esta no es mi perla helada". Este mero pensamiento te arrebató el objetivo que te habías fijado y te llenó de vacío. Sólo te quedaba luchar... y cada vez pensabas más en la muerte. Tu conciencia es la más agradable de las que he podido acceder.

No hay comentarios:

Publicar un comentario